
Decir que el pueblo norteamericano es un pueblo racista es injusto, pero no es falso. Es injusto porque abarcar en una sola generalización a mas de trescientos millones de seres humanos es una torpeza. Pero no es falso, porque el desprecio hacia las minorías -los negros los mexicanos, los asiáticos- es parte del alma americana. Está ahí, como contrapeso de sus virtudes ciudadanas. Como herencia que se trasmite. Como miedo obtuso.
Me imagino que cuando Obama ve las encuestas que le dan diez puntos por arriba de su rival, McCain, le viene a la mente lo que podría pasar el día de las elecciones: el ciudadano blanco, políticamente correcto, ha dicho a los encuestadores que va a votar por él, por Obama, porque representa la esperanza en el futuro.
Pero ya a solas en la casilla, sin testigos, ¿en verdad lo hará?
Pienso que no. A solas él y su voto, el americano blanco meditará unos segundos antes de cruzar su boleta. Pensará si deveras quiere llevar a la Casa Blanca a un afroamericano. Hacer a un negro comandante el jefe de sus ejércitos. Confiar en él. Esos instantes de incertidumbre pueden hacer Presidente a McCain.